PRESENTE/PASADO/FUTURO.
Una carta de amor a Madrid, a las casas y a las señoras que seremos.
PRESENTE.
Son las 9.00 de la mañana de un Viernes y estoy atravesando la Latina, un barrio bullicioso a todas horas del día, en el que ahora reina la calma, solo alterada por algunos transeúntes escondidos en sus abrigos y la repetitiva coreografía que ejecutan los repartidores, cargando, descargando, abriendo y cerrando furgonetas.
El sol se deja asomar tímidamente después de varios días de lluvia, y se filtra a través de la bruma mañanera, creando una ilusión de humo. Esto me transporta mentalmente al concierto de ayer.
Espera Cecilia, vamos paso por paso.
Estoy en Madrid por trabajo, y tengo que llevar unos rollos analógicos al laboratorio a primera hora para que estén listos esta tarde.
He dormido poco. Me pongo las gafas de sol, el único EarPod que me queda y me enchufo a todo volumen por el oido izquierdo MEJOR del nuevo disco de Merina Gris.
Esta canción abre la última playlist que he creado en Spotify, se llama SANACIÓN.
“Para curarse no hay atajo, en mi WhatsApp estas muy abajo”
El frío de primera hora hace que me lloren los ojos, y durante unos segundos pienso si esas lágrimas llevan también algo de felicidad en su composición.
“ ¿Pa que te voy a mentir? Estoy mejor, mucho mejor, he salido del agujero, pero me jode que sea sin ti”
Hasta que hice esa lista, llevaba meses esquivando la música en muchas de sus formas, esta puede ser un bálsamo, pero también una tortura en determinados momentos. Pocas cosas revuelven más que una canción en la que reconoces tu historia.
Dejo los carretes en el laboratorio, pago un extra para que los tengan para esta tarde, y hago una parada técnica para revivir en una cafetería cute. Me pido un ICE CHAI con un shoot de café, el café me da ansiedad, pero pienso que aquí no te voy a encontrar, y eso me relaja.
Madrid es una ciudad que te deja ser quien quieras ser.
PASADO
Yo nací aquí, mi primer hogar fue la calle General Pardiñas 21, la casa de mis abuelos. De donde me fuí con 3 años y a donde volví con 18 para seguir con mis estudios. Me gustaría poder preguntarles en cual de las dos épocas dí más lata, pero ya nunca sabré la respuesta.
Mientras paso por delante del Mercado de la Cebada pienso en todo lo que ha cambiado esta ciudad desde que yo la habité, me molesta un poco. Hasta que entiendo todo lo que he cambiado yo desde entonces. Cero reproches Madrid, estamos en paz.
Quedo con las amigas de siempre en sitios nuevos, conozco gente nueva en los sitios de siempre. Intento encontrar detalles que permanezcan inalterables para seguir sintiéndome en casa, porque desde que mis abuelos fallecieron y se vendió Pardiñas, esta ciudad ya no me pertenece de la misma manera.
Mi casa era un lugar donde las ventanas permanecían abiertas aunque hiciera 2 grados (¿será la obsesión por ventilar algo hereditario?), con un largo pasillo en el que sabía exactamente donde pisar para que el suelo de madera no crujiera bajo mis pies cuando llegaba con alguna copa de más a las 5 de la mañana, o la cocina en la que en cualquier momento podía encontrar un tupper con croquetas de jamón en la nevera o una caja metálica azul de pastas de mantequilla en el armario según la necesidad vital de dulce o salado que me golpeara en ese momento.
Cada mañana me esperaba Maria Rosa enfundada en una bata de señora bien, ni rastro de tejido sintético, haciendo equilibrios con la ceniza de un Ducados sin filtro, con la SER a todo volumen en su radio portátil, mientras limpiaba la mesa de cristal del salón con papel de periódico y CRISTASOL… de lejos el olor que mas me recuerda a mi infancia.
Recuerdo desayunar mirando a mi abuela hacer su ronda mañanera de llamadas telefónicas para consultar si hijos, hermanos o nietos vendrían a comer a casa ese día, y pensar para mis adentros que ella sería la última generación de SEÑORAS DE VERDAD.
Yo nunca tendré una mesa de comedor con capacidad para 20 personas, ni servilletas de lino con iniciales bordadas, ni un armario formado por prendas únicas confeccionadas a medida por modistas, ni tendré collares de perlas cultivada, ni obras de arte en mi casa, ni pintaré al oleo en el Retiro en mis tardes libres, ni tendré una casa de verano en la costa, y una casa de invierno en la sierra.
Dudo si tan siquiera llegaré a conseguir tener UNA CASA, a secas.
En el mejor de los casos heredaré a los hijos que nunca tendré un sofa de Ikea particularmente cómodo con chaiselong, un par de bolsos buenos y mucha ropa de Zara con etiquetas, que nunca devolví y nunca me pondré, un par de anillos que no me dejen el dedo verde, algunas fotos o láminas que les he comprado a mis amigos artistas, y varias cajas de tamaño considerable llenas de negativos fotográficos.
También un espejo Barroco gigante que me llevé cuando vaciaron Pardiñas, que dudo que pueda llevarme a mi próximo hogar al ritmo que suben los alquileres y bajan los m2 .
FUTURO
Para ser honestos, la duda de cómo seremos las señoras del futuro es algo que me ronda bastante la cabeza.
Creo que la nuestra será la primera generación que rompa una serie de patrones de manera voluntaria y sirva como referente a las próximas generaciones y eso conlleva una gran responsabilidad, pero también dibujar una nueva imagen de lo que se considera UNA SEÑORA.
Pero ayer, durante el primer concierto de la residencia de Russian Red en el Café Berlin, uno de los proyectos que me han tenido entretenida estos días por Madrid, lo ví claro.
Lourdes salió el escenario con un cuello de visón, un cigarrillo apagado en la boca que le di un par de minutos antes, el bolso en una mano y una copa de Champagne en la otra. Habló del amor, de la libertad, de las amigas, sedujo al público y también les vaciló, arranco carcajadas y suspiros, enamoro, divagó e improvisó, y sobretodo cantó como los ángeles, con esa voz tan suya, tan única, tan irrepetible.
Había algo de catartico en ese show, la metaformosis en directo de una mujer de 40 años, a la que aún mucha gente recordaba como la niña de 20 que un día fue. Esa cantante indie, tímida, que abría la boca y dejaba maravillada a la gente con su voz, era ahora la versión mejorada de si misma.
No había ni rastro de timidez, ni rastro de miedo, ni rastro de vergüenza, y sobretodo, ni rastro de CULPA.
Hubo un momento del concierto, en el que Lourdes comenzó a hablar y a celebrar a las amigas como el verdadero amor de su vida, y de repente y sin motivo aparente me volví a sentir en casa.
De una manera clarísima pude visualizar un atisbo de las señoras que seremos, y me encantó.
Casi con toda seguridad nuestras posesiones serán de menor valor, y ya no usaremos toneladas de laca, pero sin duda seremos más libres y más felices, habremos aprendido a poner límites, a disfrutar de la vida, a respetar nuestros tiempos y nuestros espacios, y sobretodo a nosotras mismas.
Seguiremos teniendo miles de barras de labios en el armario del baño y limpiando los cristales con Cristasol, pensaremos en los demás, pero no nos olvidaremos de pensar en nosotras.
Habremos saldado la deuda con esas señoras, con todo lo que no pudieron hacer y con las cosas a las que tuvieron que renunciar, a veces sin nisiquiera ser conscientes.
Tendremos claro que da igual donde estemos, nosotras somos nuestra propia CASA.
Creo que mi abuela estaría orgullosa de las SEÑORAS en las que nos vamos a convertir.